sábado, mayo 13, 2006

Santa Cruz y la verdadera California

El domingo 7, después de la fiesta tropical Alberto se comprometió a intentar conseguir un coche de alquiler para ir el domingo hasta Santa Cruz. Puesto que la promesa salía de una garganta empapada de cerveza, y requería levantarse a las 10 de la mañana, todos confiabamos en que no se haría realidad.

Pero nos equivocamos completamente, y Alberto demostró ser un hombre de palabra, a parte de bastante cabroncete por hacernos levantarnos temprano despues de una noche movida. El comité explorador constaba de el propio Alberto, el Toni, Jector, Ana, Selia y Miwell. Salimos con nuestros dos cochecitos. Hacía un día bárbaro, y realmente apetecía acercarse a la costa. Claro, que lo mismo debían de pensar todos los miles de coches que terminamos parados durante horas en un atasco impresionante para llegar a S. Cruz. Sólo a estos yankies se les ocurre cerrar un carril de una carretera que lleva a la costa en un domingo. Supuestamente para hacer obras. En fin, despues de varias horas en el coche llegamos a nuestro destino, justo a la hora de comer (que casualidad, eh?). La primera impresión de la ciudad fue la de "la típica ciudad americana". Luego, nos acercamos a la playa, y entonces nos alegramos de habernos cocido en el coche. Esto era la típica ciudad californiana. Playita, solecito, parque de atracciones al lado, bicis estilo chopper, tipas en bikini y en patines, surfistas a tutiplen, casetas de vigilantes de la playa... Nos dimos un paseito por todas estas maravillas y después nos fuimos a comer al muelle. Un homenaje interesante... y entonces fué cuando ví una de esas cosas que no pasan muy frecuentemente: Selia estaba empachada y no podía comer más!! Bueno, para justificarla un poco, la verdad es que estaba malita del estómago y le dolía la cabeza. Poooobrecilla.

Después de comer, nos acercamos al centro de la ciudad. La zona comercial es muy agradable, con zona peatonal, arbolitos, muchos escaparates, cines, cafeterias, restaurantes... y sobre todo: TERRAZAS!!, donde la gente se sentaba a charlar y pasar el rato. En términos generales, estabamos encantados con el ambiente lúdico-festivo del lugar. Y mientras nos deleitabamos con la ingestión de un heladito en una terracita, descubrimos otro de los encantos del lugar: los taraos!! Es increíble la concentración de taraos que puede haber en un sitio así. Miles y miles de raritos, que salen a pasear y se reunen en cada esquina. Berkeley está lleno de gente rara. Cambridge estaba lleno de gente rara. Pero hasta ahora, no nos habiamos divertido tanto con la gente rara. Entre la gran variedad, pudimos contemplar al tipo de rosa de la foto, que vestido de esta guisa paseaba a velocidad ultra-baja por la calle principal, posando para todo el mundo y disfrutando de su paseo.

Se juntó con otros raritos en la esquina próxima a la heladeria (obsérvese al tipo del sombrero-cabeza-caballo). Allí cerca también había un simpático músico que no aceptaba peticiones pues cada una de sus canciones era una creación propia, un orgulloso dueño de un lagarto al que sacaba a tomar el sol a la calle... era tal la concentración de individuos que pensabamos que el ayuntamiento les pagaba para entretener a los visitantes.

Después nos acercamos a la costa otra vez, a ver el "museo del surf": un faro, que estaba cerrado, of course. Pero las vistas de la costa eran fantásticas, y ver a los surfitas concentrados junto a los acantilados, a escasos metros de leones marinos, resultaba espectacular.

Finalmente, nos acercamos al campus de la University of California at Santa Cruz, que nos habían descrito como uno de los campus mas bonitos de UC. Habiendo visto fotos de UC Santa Barbara, UC San Diego, y UC Berkeley, el listón estaba muy alto. El campus está en las colinas, a una distancia considerable de la costa. Pero a primera vista parecía muy agradable. Muchos arbolitos, grandes praderas, conejitos y ciervos paseandose tan traquilos entre los edificios , y vistas de la costa en días despejados. Luego vimos los carteles de "cuidado con los pumas" y nos adentramos en el bosque. Las residencias de estudiantes aumentaron la sensación de que estabamos en una de esas películas de miedo en las que unos estudiantes se iban a un campamento de esos en mitad de la montaña y nunca más volvían a aparecer. El sitio nos pareció especialmente lúgubre y desolado, y nos alegramos bastante de irnos de allí y volver a nuestra agradable Berkeley.

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